—¡Argh… Ahh!
Sor Helen se acurrucó en el suelo liso de mármol iluminado bajo la brillante luz de la luna que se desparrama a través de la ventana del vestíbulo del monasterio. Sin embargo, no podía ocultar las manchas de sangre y la miserable y pálida tez.
«¿Por qué…? ¿Quiénes son... esas personas…?»
Sor Helen miró vacuamente a la imagen religiosa frente a la sala del monasterio: ya no eran las estatuas de los Arcángeles y del Dragón de la Luz. En vez de eso, era un martillo gigante sostenido en la garra de un demonio. Sor Helen no podía entender por qué ocurriría una situación así. Ella no sabía exactamente de dónde venían esos intrusos y poseían una fuerza incomparable. ¡También se podría decir que estaban allí para eliminar a los Caballeros Santos!