Al otro día, los mercenarios se reunieron y siguieron a Rhode hasta el Lago Congelado. Era exactamente igual acomo lo describían los rumores. Una gruesa capa de hielo se extendía sobre el lago, y los brillantes rayos del sol se reflejaban en su superficie obligando a todos a entrecerrar los ojos. El frío invernal les dio escalofríos, como si no fuese el comienzo del otoño.
No había nadie a la vista aparte de dos hombres con abrigos de piel. Eran parte de las condiciones que Rhode y el alcalde habían acordado el día anterior. El alcalde había pedido que se enviaran supervisores a la batalla para que pudieran informar de inmediato a los habitantes del pueblo Verde si algo salía mal. Por supuesto,Rhode no creía que perdería, pero como el alcalde no confiaba en él, era mejor que los supervisores estuviesen ahí para que lo vieran con sus propios ojos.