El Duque Demonio bajó la cabeza y vio a los patéticos bichos. El aura de orden que salía de sus cuerpos lo enfurecía y le daba asco. No solo eso, sino que percibió unas extrañas ondulaciones en uno de ellos. Esa era la ondulación de un sello y era la que más conocía el duque. Era ese condenado sello que lo había atrapado por más de mil años. El Duque Demonio frunció el ceño y las abrasadoras llamas de su cuerpo surgieron con sus emociones. Nadie se atrevió a resistir su enorme fuerza. El mago anciano agarró su báculo y lo vio fijamente mientras el sudor caía por su frente.