El largo y estrecho pasadizo era oscuro y tortuoso.
Los paisajes naturales del principio habían desaparecido y fueron reemplazados por paredes lisas artificiales y escalones de piedra. El techo de todo el pasadizo era tan bajo como la altura de Anne y Rhode, y al apenas levantar la cabeza se encontraban con las telarañas que colgaban justo por encima de ellos. Era evidente que no era un pasadizo hecho para humanos.
Los mercenarios avanzaban con cautela, ya que solo Dios sabía qué podía aparecer en ese histórico pasadizo subterráneo. Rhode recordó que aparte de algunos trasgos que acechaban por ahí, no había casi nada más que pudiese ser un obstáculo.
Rhode sentía la confusa y sorprendida mirada del presidente detrás de él. Esa mirada también estaba llena de una fuerte y discreta vigilancia y hostilidad. Tenía claro de dónde provenía esa animosidad.