—¡Acaben con ese grupo de bastardos!
Un hombre grande vestido con una piel de cuero agitaba la cuchilla que tenía en la mano mientras miraba y gritaba entusiasmado al pueblo consumido por oleadas de humo. Miraba fijamente la gran y robusta puerta de madera, esperando que se rompiera para entrar en la aldea y saquear todo lo que quisieran.
Comida sabrosa, vino... y mujeres...
El gran hombre se lamió los labios ante esta idea. Demonios, desde que jugó con una niñita hasta matarla hace medio mes, no había tocado a una mujer. Esta vez tenía que echarle las manos a la mujer más tierna y brillante. Afortunadamente, al jefe no le gustaban las jovencitas. De lo contrario, ¡me quitaría a las mejores!
—Bien, bastardos, dejen de holgazanear. ¡Vayan! ¡Quemen su jaula!