—¡Reportando, señor! ¡Hemos cerrado todo el mercado! —reportó por la puerta un soldado totalmente cubierto con armadura.
Klautz se malhumoró, puso la taza de té sobre la mesa y miró al hombre sonriente sentado frente a él. El hombre de cabello largo y castaño estaba vestido con una armadura llamativa, tenía una determinación inquebrantable en su rostro, y una horrenda y fea cicatriz que se extendía desde su frente hasta la barbilla.
—Genial, pasa este mensaje. Debemos capturarlos, ¿entendido?
—¡Sí!
El soldado lo saludó y huyó. El dueño de la ciudad, Klautz, miró fijamente al hombre que tenía delante. Movió los dedos y lo miró con desprecio sentado en el sofá.