Un olor pútrido surgió de las profundidades de la oscura cueva subterránea.
«¿Qué está pasando?»
Sosteniendo una antorcha, Barney lideraba nervioso a sus hombres dentro de las cavernas.
Habían pasado cinco días desde que entraron a las Profundidades Rocanegra.
Sin embargo, inesperadamente, no se habían encontrado con ningún enemigo. Mejor dicho, era como si no pudiesen detectarlos. Las cavernas subterráneas no eran iguales a los túneles que atravesaron antes, donde los acosaban constantemente los trasgos y los protoplasmas de la tierra. Ahora, todo parecía evitarlos como la plaga. Parecía como si los mercenarios fuesen los únicos seres vivos en ese mundo subterráneo.
—Barney, ¿quieres parar y descansar un momento? —preguntó en voz baja la doncella medio elfo acercándose al joven. Luego, se dio vuelta y miró a los mercenarios que estaban atrás—. Todos… todos parecen estar preocupados.
—Lo sé.