Ella temblaba y lo miraba con miedo, sin ninguna forma de defenderse.
Él acaricio su hombro desnudo y ella se sacudió, queriendo esconderse por instinto, pero la agarró firmemente por la muñeca.
—Ye Xingling —dijo—. Sólo ríndete.
Estaba prácticamente al borde de la locura mientras seguía luchando contra todo pronóstico y lo pateaba profusamente. Desafortunadamente, sus esfuerzos fueron inútiles; él ya la había sometido con su fuerza.
Justo cuando estaba a punto de perder las esperanzas, un leopardo apareció sigilosamente por la esquina de la habitación, detrás de Pei Ziheng. La estaba mirando directamente.
Era... ¡Er Mao!
Por primera vez en su vida, agradeció su presencia sinceramente y se sintió abrumada.