Ella no sabía cuándo llegó, pero cuando lo hizo, llevaba un traje azul claro a medida, y desde allí se hizo cargo en vez del conductor. Estaba siendo acunada por él a la luz del sol de la tarde, proyectando sus brillantes rayos sobre ella y podía sentir la aparición de un dolor de cabeza. Xia Ling levantó la cabeza para mirar minuciosamente a Pei Ziheng, con los labios temblorosos, pero no hubo sonido.
—¿Dónde duele? Debe sentirse terrible —dijo Pei Ziheng, con la voz bañada en calidez.
Sabía mejor que nadie la verdad detrás del sufrimiento de Xia Ling. Había encargado a sus hombres que administraran las drogas él mismo, y ya había decidido elegir la más suave de su clase. Y aún así, nada podría remediar el dolor que sacude el mundo que vendría con la pérdida de su propia sangre y carne. Su ceño se frunció en respuesta a verla luchar.
—Xiao Ling, espera, por favor. Te llevaré a un médico de inmediato.