Los fuegos artificiales rugían en el cielo. Sus colores brillantes y patrones llenaban el lienzo obscuro. Xia Ling estaba ocupada comiendo su pastel de avellanas, pero al ver los fuegos artificiales por la ventana, saltó del columpio, tomó la mano de Li Lei y salió corriendo.
—¡Mira eso! —ella saltó emocionada, apuntando su dedo al cielo— ¡Es tan hermoso! Se ve increíble...
Esas últimas tres palabras terminaron en un suspiro de admiración. La explosión de colores se reflejaba en su bello rostro. Ella miraba los fuegos artificiales, y Li Lei la miraba a ella. Esta chica tonta, ¿no sabía que se veía más bonita que los fuegos artificiales? Su sonrisa era atractiva, y sus ojos eran claros y brillantes, sus pestañas eran suaves. Los dedos de ella se entrelazaron con los de él.