Su aliento se estaba entrecortando y acelerando mientras posaba sus manos sobre los hombros de él, que eran tan duros como una roca.
Él sintió que lo estaba alentando y se puso sobre ella. Mientras deshacía sus botones con una mano, su cálida y áspera palma entró en su pijama, explorando. Parecía ser que había encendido su pasión.
Ella se estremeció y su mente se volvió borrosa. Lo estaba aceptando, invitándolo, pero, de la nada, una imagen se cruzó por su mente, una que era muy parecida a lo que estaba ocurriendo y que la perturbaba constantemente. Una vez más convocó el recuerdo: la enorme villa, las muñecas esposadas, el hombre diabólico...
Ahora estaba semiinconsciente e intentó, débilmente, luchar y liberarse, pero entre más luchaba para escapar sus movimientos cada vez más descontrolados, más la retenía.
—Li Lei —su voz tembló—, no, no hagas esto...