Los estables pasos de Li Lei estaban cargados de una fuerza tan poderosa que provocaron que el salón completo guardara silencio. Llevaba una camiseta de mangas largas de un color tan blanco como la luz de la luna y, a través de la tela de algodón, se podía ver cómo sus músculos se contraían y relajaban mientras caminaba como una bestia hermosa y peligrosa.
Xia Ling tenía la mirada puesta en él mientras pasaba por al frente de sus agresores hacia ella, con sus pasos a contraluz. En ese momento, parecía como si todos los problemas del mundo se alejaran. Solo su rostro era real y le brindaba paz.
—Li Lei —lo llamó en voz baja de nuevo.
Li Lei se detuvo frente a ella y la sacó de los brazos de Nan Sheng.
Sus manos seguían atadas. Debido a los delgados tacones, sus pies dolían y no pudo mantener el equilibrio, cayendo en los brazos de Li Lei. Él la abrazó cariñosamente y bajó la vista para ver sus manos.
—¿Te ataron las manos?