La cara de George se oscureció inmediatamente.
—Sólo estaba siendo cortés, ¿y ustedes creen que pueden pasar por encima de mí? ¡Hombres, denles una paliza y échenlos!
—No hay necesidad de eso, nos vamos —dijo Xinghe encogiéndose de hombros antes de volver a tomar su computadora portátil y sus papeles.
—Espere, ¿no me ha oído antes? No se le permite sacar nada de este recinto —dijo George deteniéndola con una orden y su mirada parecía querer destrozarla.
Esta vez incluso Ee Chen estaba enojado.
—Pero estas cosas nos pertenecen.
—¿Quién sabe si ustedes están mintiendo o no? Por el bien de la seguridad de la humanidad, tengo que ser inmensamente cuidadoso. No se les permite llevarse nada, ¡déjenlos inmediatamente! —ordenó George de una forma que no admitía discusión. El ejército que trajo inmediatamente apuntó sus armas al grupo de Xinghe.
—¡Esto es demasiado! —siseó Sam con furia y apretó los puños.
