En la oscuridad total del Bosque que Corroe los Huesos, el viento helado agitó las hojas. Oscuro y húmedo, el barro bajo sus pies les dificultaba caminar como si estuvieran en un pantano. Para avanzar dentro de ese bosque, tenían que caminar con la espalda inclinada para tratar lo más posible de reducir las posibilidades de contacto con las hojas y ramas bajas que sobresalían, para evitar que se arañaran.
Aunque ser arañado por los árboles no les haría perder la vida ahora, ese dolor intenso y ardiente no era algo por lo que estuvieran dispuestos a pasar.
En ese momento, los jóvenes que siempre habían estado orgullosos de su altura de repente se dieron cuenta dolorosamente del tipo de dolor que les podía causar ser altos.