Después de haber sido arrojado hacia las alturas del cielo, Hao Ren miró hacia abajo y solo vio la niebla blanca sobre el mar. Ya no había rastros de la Isla Penglai.
El escudo dorado, que había alcanzado un reino más elevado, también había sido arrojado en la misma dirección que Hao Ren.
Dando una pequeña vuelta alrededor de Hao Ren, voló hacia la distancia al instante.
Con una inteligencia propia, a los Tesoros Espirituales Supremos no les gustaba recibir órdenes de los cultivadores ordinarios. Ahora que el escudo dorado se había elevado a un reino más alto, quería liberarse de las restricciones de cualquier cultivador, y se escondió entre el cielo y la tierra.
—¡Maldición! ¡Cosa malagradecida! —Hao Ren lo maldijo y tocó el collar sobre su pecho antes de sacar el broche de oro púrpura.
El escudo dorado no era un tesoro honorable.
Al ver al broche de oro púrpura, quiso vengarse.
