En el Valle de la Gula, entre las estructuras que se extendían a lo largo del Lago Atardecer, flotó por el aire el aroma del incienso. Se elevó antes de dispersarse lentamente, impregnando toda la habitación.
La lírica melodía de la cítara y el harpa flotaron delicadamente, emitiendo un sonido similar al de las perlas de distintos tamaños cayendo sobre un plato de jade.
Un anciano vistiendo con una bata voluminosa, con mangas como abanicos enormes, estaba sentado con las piernas cruzadas en el suelo. El incienso se quemaba lentamente frente a él. Además del incienso había una tetera de arcilla púrpura silbando, lo que indicaba que sus contenidos hervían.
El caliente vapor salió de la boca de la tetera. Con un sonido hirviente, la tapa de la tetera de arcilla púrpura vibró levemente.