El anciano estiró el cuello para mirar a Blacky, y Blacky frunció el ceño con sus ojos de perro.
«¿Qué acaba de decir este viejo? ¿Qué porque un perro esté comiendo costillas agridulces, está arrojando los regalos de Dios a los vientos? ¿Desperdicio imprudente?».
Blacky se enfureció al instante. «¿Por qué un perro no puede comer costillas agridulces? ¿Qué te ha hecho este perro, viejo?».
Blacky gruñó al anciano, mostrando sus dientes. Tiras de costillas agridulces estaban aún pegadas a las hendiduras entre sus dientes…
—Hey, ho, que perro tan gracioso, ¿Por qué estás gruñendo? ¿Seguramente no querrás morder a este viejo? —El anciano agitó el abanico hecho de plumas de una bestia espiritual desconocida mientras soltaba una carcajada—. Ah, pero qué lástima por las costillas agridulces. —El anciano miró en el tazón de Blacky los trocitos de costillas agridulces, suspiró ligeramente, y se dio la vuelta para irse.