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Su mirada confiada y su tono hicieron que Tan Bengbeng dudara en usar su fuerza con él.
Fue ese segundo de vacilación lo que le permitió aprovechar la oportunidad de agarrar su muñeca.
La posición a la que se había agarrado era muy precisa, estaba en las venas de su muñeca.
En el momento en que aplicó fuerza, Tan Bengbeng comenzó a fruncir sus cejas con dolor.
Sólo pudo soltar su agarre en su cuello.
Antes de que pudiera analizar y llegar a una conclusión sobre si era pura coincidencia o si el hombre había estado esperando el momento oportuno, ya había entrado en la casa.
No sólo no le había dicho a Tan Bengbeng cómo salir de la isla, sino que tampoco la había ahuyentado.
Simplemente había empezado a hacer sus propias cosas.
Era como si no le importara lo que ella hiciera...
Tan Bengbeng fue dejada en la puerta, así como así, mientras la lluvia continuaba afuera.