El sudor frío empapó la ropa de Geo Peng y sus labios palidecieron. Si Tontín no hubiera reaccionado a tiempo, él y Da Zi podrían haber perecido en la boca de la serpiente.
La Anaconda Gigante de la Jungla vió huir a su presa y se tomó su tiempo, sin moverse ni demasiado lento ni demasiado rápido. Miraba a Gao Peng y al resto con una mirada desinteresada. Sólo había ido allí para ver la presencia desconocida, pero poderosa, que detectó en sus dominios.
La Anaconda Gigante de la Jungla regresó perezosamente al terreno. Se envolvió alrededor del tronco de un árbol y se movió rápidamente hacia la densa copa, como si su enorme cuerpo no reaccionara a la gravedad.
Gao Peng entrecerró los ojos y dijo: —Tontín.
Tontín bajó a Gao Peng y a Da Zi. Luego, miró a Gao Peng con la cabeza ligeramente inclinada.
—¿Puedes matarla? —preguntó Gao Peng mientras veía irse a la Anaconda Gigante de la Jungla.