Acompañado por un sonido crujiente, la arena gruesa formaba cascadas que se apilaban en dunas en el suelo.
—¡Entreguen su cosecha y les perdonaremos la vida! —dijo el Cien Marchito más cercano sin emoción.
—Qué... problemático.
Gao Peng frunció el ceño. Había matado a los pequeños monstruos, pero aquí vinieron los grandes. Esta era la guarida de los Cien Marchitos, así que no podía quedarse mucho tiempo.
Veinte Cien Marchitos los rodearon por todos lados. Parecía que no entrarían en el desierto rojo por algún tabú.
—Está justo en mi mano. ¡¡Si lo quieres, trae tu c*lo aquí!! —dijo Doradito pomposamente mientras golpeaba su hacha gigante en la arena y daba un paso adelante.
Aunque Doradito tenía un aspecto imponente, estos Cien Marchitos no se asustaron. En su lugar, siete Cien Marchitos dieron un paso adelante.