Clanc, Clanc…
El sonido de la máquina zumbando y resonando se escuchó en el carro. El olor ligeramente metálico de la sangre y el olor dulzón del desinfectante impregnaba el aire.
Vestido de negro, Tontín salió del centro de recolección de huesos y atornilló las puertas de hierro con gran facilidad.
Ya eran cerca de las 10 p.m. y la noche estaba muy oscura.
Sacó un libro de texto de sexto grado de su túnica y comenzó a leerlo usando la luz de las Llamas del Alma en sus ojos.
Trabajar en el matadero era una tarea repetitiva. Cada pocas horas, uno tenía que hacer lo mismo una y otra vez, absorber las Llamas del Alma de los restos mortales enviados allí.
Las Llamas del Alma no eran almas; no tenían ninguna relación.
Técnicamente, las Llamas del Alma eran los vestigios moribundos de un alma.