El sentimiento ilusorio pasó, y vio de nuevo la extraña vela en su mano, junto con su mecha negra y su llama blanca pálida. El daño del Paladín del Alba; el suelo destrozado, los bancos rotos y las velas picadas, se habían restaurado a su estado anterior a la batalla. Era difícil decir dónde habían sido dañados.
En algún momento, el obispo Utravsky, que había estado de pie frente a él, había tomado asiento en el banco delantero, con la espalda doblada hacia adelante y la cabeza enterrada en las manos. Sus manos estaban apretadas contra sus sienes.
*¡Ploc!*
*¡Ploc!*