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—¡Meng Hao! —Después de ver a Meng Hao, los ojos de Xuan Daozi destellaban con instinto asesino. Había pagado un precio enorme y ruin por la oportunidad de obtener la Esencia de Meng Hao. Después de su encuentro inicial, lo había perseguido hasta los 33 Infiernos. Luego había experimentado la sangrienta batalla dentro de las nieblas, y finalmente había sido absorbido por esta necrópolis. El increíble peligro de todo esto dejó a Xuan Daozi lleno de asombro.
—Por fin estamos en un lugar donde nadie puede interferir —dijo con una voz ronca y espantosa llena de ira—. Tampoco puedes escapar. Por lo tanto... ¡aquí es donde todo llegará a su fin entre nosotros!
Sin embargo, tan pronto como Meng Hao, poseído por la codicia, entró en el templo central, sus ojos se llenaron de una mezcla de emociones y melancolía. Era casi como si se hubiera olvidado de Xuan Daozi y del cuarto fruto del Nirvana. En su lugar, se quedó allí, mirando el cadáver marchito.