Para cuando Meng Hao se giró para enfrentar la mano seca, estaba a sólo siete pulgadas más o menos de su frente, rebosante de una voluntad de destrucción, así como de un aura antigua ilimitada.
El cielo se oscureció, las tierras se sumieron en la negrura y los vientos se calmaron. El mundo entero parecía estar siendo succionado por la mano, infectado por su aura de muerte.
La piel de la misma estaba marchita, tenía manchas y moretones, como si fuera difícil para la sangre bombear a través de las venas. Un leve hedor a descomposición emanaba de ella y llenaba el área.
La zona a su alrededor parecía ser otro mundo, un mundo en el que esa mano era como una Divinidad Inmortal. Todo lo que tenía que hacer era agitar un dedo, y toda vida podía ser aniquilada.