Meng Hao miró al Paragón de túnicas negras, y su abrumadora aura asesina que parecía encarnar la muerte. La sensación que tuvo fue la de un inigualable Paragón, alguien con una increíble dignidad, escondida dentro de la cual había un rastro de blancura. Y aun así, esa extraña confusión no disminuyó la energía de ese hombre que temblaba en el cielo.
Se alejó cada vez más y finalmente salió al vacío. Fue en ese punto donde el rugido de Dao-Cielo hizo eco.
—¡Meng Hao, devuélveme mi magia de Paragón! ¡Devuélveme a mi Maestro! —Con el rostro retorcido por la rabia, Disparó hacia él, haciendo un gesto de encantamiento doble que causó que fuego negro estallara por todo su cuerpo. Se extendió a su alrededor, formando un mar azabache de llamas, dentro del cual aparecieron numerosas y enormes criaturas, rugiendo viciosamente como bestias primordiales.