Yuwen Jian miró fijamente el lugar donde Hong Bin acababa de morir, con cara cenicienta, sin atreverse a creer lo que acababa de ver.
—Esto es mi culpa... —murmuró.
—No, no lo es —dijo Meng Hao, agarrándolo por el brazo— ¡Si no hubiéramos venido, igual no hubiese podido haber escapado de Dao-Cielo! —Lo tiró hacia atrás— No podemos seguir luchando aquí, ¡vamos a la Quinta Nación!
Mientras Meng Hao retrocedía, la expresión de Yuwen Jian volvió a la normalidad. Enterrando su culpa en lo profundo de su corazón, miró a Dao-Cielo, y el deseo de matar parpadeó más fuerte que nunca en sus ojos.
No dijo nada, sin embargo, y simplemente se unió a Meng Hao en retirada.
Dao-Cielo miró a Meng Hao y le dijo: —¡Huye hasta los confines de la tierra y aún así te mataré hoy!