¡Dao-Cielo había llegado!
El cielo se agitó y las tierras temblaron. Era como si el rey de todos los firmamentos hubiera llegado. Tan pronto como puso pie en el suelo, una energía aparentemente invencible irradió con cada paso que daba.
Cada pisada causó que la tierra temblara y que aparecieran enormes huellas en el suelo. Era como si un gigante invisible estuviera caminando.
Dao-Cielo llevaba una larga túnica blanca, y tenía el cabello negro suelto. Era guapo, parecía haber deshecho todo rastro de mortalidad. Sus ojos brillaban como estrellas, y cualquiera que los mirara se sentiría como si fueran absorbidos por sus profundidades.
Hacía treinta años... Había sido nombrado... El cultivador número uno en el Eslabón, su miembro más poderoso.
No llevaba una corona, y sin embargo cualquiera que lo mirara lo consideraría un rey. No llevaba ninguna túnica imperial, sólo una vestimenta blanca, y aún así parecía representar a los Cielos.