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Meng Hao respiró profundo, y sus ojos brillaron. Después de un momento, envió un poco de voluntad divina al soldado de terracota.
Éste no podía permanecer fuera de la tierra ancestral por mucho tiempo. Después de recibir las instrucciones de Meng Hao, lo miró, luego juntó sus manos y se inclinó. Meng Hao no tenía ganas de separarse de él, y sin embargo sólo podía observar cómo entraba en la grieta y se convertía en una estatua una vez más.
—¡Un día haré lo mismo que el Patriarca de primera generación! Usaré un trozo de las Ruinas de la Inmortalidad... Para llevarte. ¡Así... Podrás acompañarme mientras peleo la guerra entre los Cielos! —Hizo esa promesa al soldado de terracota en lo más profundo de su corazón. Era una promesa, una garantía, muy parecida a la que le había hecho a Han Shan ese año en el Reino de las Ruinas del Puente. Nunca las olvidaría.
Después de que el soldado entró en la tierra ancestral, la grieta se cerró, y luego desapareció.