Durante muchas generaciones, los miembros del clan que iban a ese lugar se postraban ante ese ataúd y esa estatua con el mayor de los respetos. Ninguno de ellos había pensado nunca en robar las ofrendas.
Meng Hao era el primero.
Su expresión era sombría ya que, después de inclinarse profundamente, sacudió su manga de una manera que hacía parecer que estaba verdadera y sinceramente prestando un servicio al Patriarca. Se acercó a las ofrendas sin la más mínima vacilación.
No pudo evitar dar un largo suspiro cuando miró el trozo de jade Inmortal que tenía el tamaño de un puño.
—Patriarca, aquellos otros miembros del clan que vinieron a visitarlo en el pasado eran descendientes verdaderamente desleales. ¡No puedo creer que dejen tanto polvo amontonado en este jade inmortal! ¡Dejarlo aquí durante tantos años es realmente impactante!