Meng Hao silenciosamente juntó sus manos y se inclinó profundamente ante el Gran Anciano, quien miraba con una amable sonrisa mientras Meng Hao se marchaba.
Finalmente, el Gran Anciano era el único que quedaba en el templo. Poco a poco, la mirada amable se desvaneció, para ser reemplazada por una calma tranquila. Sin embargo, en el fondo de sus ojos, una siniestra frialdad destellaba, algo que nadie sería capaz de detectar.
Se dio la vuelta, y se dirigió hacia el interior del templo.
Una fría voz resonó repentinamente en el interior del templo, haciendo que el Gran Anciano se detuviese en su camino por un momento.
—Gracias.
—No te estoy ayudando —contestó el Gran Anciano—. Sólo sigo las reglas del clan. ¡Todo... Es por el clan!
Meng Hao recorrió la mansión ancestral en un brillante rayo de luz hasta llegar a la cueva de su Inmortal. Tan pronto como puso un pie en el patio, vio a Fang Xi sentado en silencio frente a la jalea de carne y el loro.