La Santa Alma Solar observó con envidia cómo Meng Hao guardaba la carroza de guerra. Después de contenerse por un largo momento, finalmente dijo: —Ese tesoro tuyo es muy bonito ¿Quieres venderlo?
—NO —contestó Meng Hao sin dudarlo.
—¡Bien, olvídalo! —contestó la Santa Alma Solar con un frío quejido— Cosa de mierda. No la aceptaría incluso si me la dieras gratis.
—Si me das una gratis, me la quedo —dijo Meng Hao, parpadeando.
—¡Vete a la mierda! —contestó enfadada la Santa Alma Solar.
—Mira, estafador, los corazones de demonio están todos en mi bolsa. ¡Di "vete a la mierda" una vez más y verás lo que pasa! —Un resplandor brillante apareció en sus ojos, como si esperase con ansias volver a estar por fin solo.
La Santa Alma Solar abrió su boca, pero luchó por controlarse y no dijo nada en respuesta.
Pasó un largo momento, y cuando finalmente volvió a hablar, cambió de tema.
—De acuerdo, nada de tonterías. ¿Qué era esa cosa de antes?