—Me sentaré aquí y esperaré a que llegue el décimo Patriarca del Clan Wang —pensó Meng Hao complacido.
—Mientras tanto, trataré mis heridas y dejaré que el tiempo pase —Se sentó allí con las piernas cruzadas en el remoto bosque de la montaña, rodeado por silencio. La noche era oscura y encantadora; una suave brisa rozaba suavemente su cara.
Rotó su base de Cultivo mientras trataba lentamente sus heridas. Respirando hondo, cerró los ojos. Pasaron unos días.
El loro y la jalea de carne salieron durante ese tiempo y se fueron a jugar al mar. Era imposible saber en qué líos se habían metido, pero volvieron oliendo a agua de mar. Hicieron una gran conmoción al volver para posarse sobre el hombro de Meng Hao.
—¡Eres inmoral! —gritó la jalea de carne, preparándose para dar un discurso— Esa gruya blanca…