Cuando Liu Zichuan huyó en la distancia, escuchó lo que dijo Meng Hao. Si no hubiera hecho nada en su contra en ese momento, seguramente se habría reído fríamente y con desdén. Pero ahora, sin duda, podía sentir el impulso asesino de Meng Hao en lo más profundo de sus huesos.
No importaba el tipo de identidad que tuviera, si Meng Hao decía que iba a matar a alguien, ¡lo haría!
Las palabras que éste acababa de decir estaban llenas de impulso asesino, y dejaron temblando la mente de Liu Zichuan. De repente, se arrepintió de intentar derrotarlo.
—Maldita sea —pensó, repentinamente deprimido—. No es que yo sea la única persona con la que hizo un acuerdo. ¡Todo el mundo lo hizo! ¿Por qué tuve que elegirlo para probarlo? —no se atrevió a hacer nada para que Meng Hao lo interrogase. Ahí en la Secta Demonio Inmortal, si se atreviera a faltarle el respeto, seguro que estaría muerto.