Mientras morían las dos Almas Nacientes, el brillo rojo, que cubría toda la zona circundante a decenas de miles de metros, se transformó en una niebla roja. La niebla se arremolinaba y bullía, levantándose en el aire de manera espectacular.
La niebla cambió, ya no era ancha y plana, más bien, parecía una esfera. De hecho, desde la distancia, se veía como un enorme ojo rojo.
Cualquiera que viera el ojo se sentería extremadamente asustado y sorprendido, incluso podría perder la habilidad de pensar claramente. La vista del ojo haría que su cerebro se llene de rugidos, como en medio de un mar de sangre, y que la persona sea incapaz de liberarse.
Parecía que en ese instante, todas las vidas se habían teñido del color de la sangre.