El cielo estaba oscuro y la lluvia violeta caía a cántaros. Lo único que Meng Hao podía ver en todas direcciones era un vasto mar.
Las olas ondulaban la superficie, empujadas por un frío viento. Su cabello se levantaba y sus ropas ondeaban mientras flotaba en el aire, observando al mar en silencio.
Parecía que toda la vida, en todo el mundo, hubiera desaparecido por completo. Lo único que quedaba era su soledad. Flotó en su corazón por un momento, antes de desaparecer con una sacudida de su cabeza.
Meng Hao siguió avanzando a toda velocidad. El loro lo siguió, soltando ocasionalmente algún chillido arrogante.
—¡La la lala lala, soy una gaviota!
El loro se lanzó repentinamente al agua, sólo para volver a emerger y salir volando hacia lo lejos. Se veía muy feliz.