La expresión en blanco de sus ojos hacía que pareciera que había perdido el alma, como si su espíritu hubiera sido herido. Su piel pálida no parecía contener ni la más mínima huella de sangre, como la de un cadáver que había estado sepultado en un ataúd de hielo durante mil años. El viento que soplaba sobre el pilar en el que estaba parada era incapaz de despojar su mirada de confusión.
Sus prendas estaban manchadas, ennegrecidas de sangre seca que parecía haber estado allí durante mucho, mucho tiempo. Nunca había sido lavada, se había secado y marcado en la tela.
En su frente había una herida, una herida que claramente había estado allí durante un tiempo indeterminado. Parecía una herida de espada que no había sanado. Mientras sus vestiduras ondeaban en el viento, su muñeca derecha se hizo visible. Tenía una segunda herida de espada en ella.
