La cara de Meng Hao se tensó. De repente, sus características se veían exactamente iguales a como solían hacerlo. Él era su antiguo yo, su piel un poco oscura, culta y refinada, con el aire de un escolar. Dentro del aire del escolar existía un toque de algo demoníaco y una insinuación de insensibilidad. Meng Hao frunció el ceño, sin alzar la cabeza ni prestar atención a la voz de Chu Yuyan, que llegó desde fuera de la Cueva del Inmortal.
—¡Fang Mu! —dijo de nuevo, su delicado ceño fruncido.