—Bai, ¡no seas irrespetuoso! —el hombre de ropas azules que estaba junto al joven, la persona a la que Feng Wu Dao había llamado Gobernador de la Ciudad Zhong, gritó con el entrecejo fruncido.
Pero el joven no le prestó atención alguna y, en cambio, miró a Duan Ling Tian y se burló:
—Muchacho, ¡si tienes pelotas, no te esconderás detrás de una mujer! En mi opinión, seguramente utilizaste métodos despreciables y descarados para derrotar a Tian Wu.
—Gobernador de la Ciudad Feng, lo siento. Mi hijo... —el Gobernador de la Ciudad Zhong miró a Feng Wu Dao y se disculpaba con su mirada.
—No pasa nada —Feng Wu Dao agitó su mano y dijo con indiferencia—: Dejemos que los jóvenes resuelvas sus propios asuntos... Si uno quiere convertirse en una gran persona, entonces no se puede evitar el sufrimiento en el camino a la grandeza.
El Gobernador de la Ciudad Zhong estaba azorado y tuvo una mala sensación. Miró a su hijo y quiso detenerlo.