—¿Has oído lo que he dicho? —insistió el Maestro del Pico Merak en un grave susurro al notar que Hu Xue Feng no le había dicho nada durante un buen tiempo.
—Sí, Maestro.
Aunque no se sentía nada dispuesto a obedecerlo, lo único que pudo hacer fue asentir y decirse a sí mismo:
—Duan Ling Tian, ya que mi Maestro no me permite ponerte un dedo encima, ¡perdonaré tu miserable vida por ahora!
Hu Xue Feng parecía haber olvidado que jamás había sido un enemigo digno de Duan Ling Tian. No lo había sido en el pasado, y tampoco ahora.
En el Salón Alkaid, en el lugar de cultivación de la Maestra del Pico, una figura elegante y digna se alzó en el cielo y descendió hasta el pabellón. Luego, contempló a la joven que se hallaba inclinada a un costado del pabellón mientras miraba anhelante hacia el cielo.
—Ke Er— llamó la figura con suavidad. El tono de su voz estaba impregnado de cariño.