En el interior del carruaje había un silencio sepulcral.
Li Fei y Ke Er eran inteligentes y no dijeron una sola palabra.
Los ojos de Li Rou estaban un tanto rojos, ya que podía sentir el resentimiento de su hijo por la forma en que hablaba. Al cabo de un rato, suspiró y dijo:
—Está bien Tian, como no quieres ir, no iremos.
—Mamá, no te pongas mal —dijo Duan Ling Tian, cuyo corazón sufría cuando veía a su madre así. Se sentó junto a ella y tomó su mano—. Sé que quieres que vaya a conocer a los ancestros y regrese al clan por mi padre, pero ¿por qué te fuiste del Clan Duan hace tantos años? Seguramente no lo has olvidado, ¿no? Cuando mi padre estaba vivo, todos te respetaban, pero cuando padre desapareció, ¡aquellas personas celosas fueron las primeras en generarte problemas! Estoy seguro de que si padre estuviera vivo, no nos culparía por no ir.
Li Rou asintió y una sonrisa apareció en su rostro.