Era una cálida tarde de otoño en la ciudad. Debían quedar apenas un par de horas más de luz natural antes de que la oscuridad lo cubriera todo y las luces de todas las calles y casas se encendieran para brindar visibilidad a la gente que se empeña en estar despierta cuando la naturaleza demanda dormir. Recostado en su cama mientras escuchaba los ocasionales chirridos de las aves que se apresuraban a sus nidos para pasar la noche, se hallaba un joven sosteniendo en sus manos un libro de corta extensión. Así es como él solía pasar sus tardes libres; solo en su casa, leyendo mientras observaba el día desaparecer hasta dar paso a la noche. En su adolescencia, sus gustos en lo que respecta a lectura lo llevaban a consumir gruesos volúmenes de cuanta saga pasara por sus manos. Ahora, el poco tiempo para uno mismo que suele dejar la vida de un adulto, había provocado que tuviera que conformarse con historias cortas que no consumieran mucho de su tiempo. Esa era la escusa que él solía darse a sí mismo, pero en el fondo el sabía que debía haber algo más. Él sabía muy bien que su concentración era tan solo una pequeña fracción de la que solía tener hace unos años. Al comenzar a leer, tan solo era cuestión de un rato para que su vista se perdiera entre el mar de letras y se viera a sí mismo sentado contemplando una página impresa sin siquiera estarla leyendo.
En su mano derecha, el joven sostenía una humeante taza de café recién preparada. Beber café a todas horas se había convertido en un hábito que adquirió durante sus últimos años en la universidad. A pesar de que ahora ya no necesitaba beberlo para mantenerse despierto, había desarrollado un gusto tan grande por el café que, a sus 22 años, bebía cerca de ocho tazas al día. Incluso tenía instalada una cafetera en la pequeña mesa a un lado de su cama. Este hábito de vez en cuando lo castigaba con algo de insomnio o uno que otro día en el que se sentía nervioso e intranquilo. Fuese como fuese, él sabía que había peores vicios, como fumar o beber alcohol. No es como si en algún lugar hubiera un grupo de perdedores reuniéndose alrededor de un podio mientras escuchan un deprimente discurso de un hombre cuya presentación fue: "Soy Fulano de Tal y soy adicto al café". Al dar las nueve de la noche, el joven se levantó de su cama y se dirigió a tomar una ducha.
En aquella casa no se escuchaban más pasos que sus pasos. Nadie más vivía en ese lugar más que él. La casa era pequeña, con apenas un baño, una cocina, una pequeña sala de estar y dos habitaciones. Era lo único que podía cubrir con su sueldo de empleado sin experiencia, pero para él aquel lugar era incluso demasiado grande para su gusto. ¿Quién necesita tanto espacio cuando vive solo? Claro, cuando vive solo y no suele organizar fiestas en su casa ni nada por el estilo.
Una vez salió de la ducha, se dirigió a su habitación una vez más y se recostó en su cama exhalando un suspiro que denotaba un enorme cansancio, pero no un cansancio físico. Cubrió su cara con su almohada mientras se preguntaba a sí mismo: ¿Cuánto tiempo más tendrán que ser así las cosas? Al descubrirse la cara, se topó con la gris y monótona imagen del techo de su habitación. Aquella gris imagen que todas las noches pasaba horas contemplando. Mientras miraba aquel vacío, un eco resonó en su mente:
- Esta aburrida habitación está tan vacía como tu propia vida, perdedor.
Una vez más se levantó y dirigió su mirada a la cafetera a su derecha. Estaba a punto de servirse la novena taza de café del día, cuando algo lo interrumpió. Era un sonido melodioso y agudo, como una pequeña campana. Tardó unos segundos en recordar que ese era el sonido de su timbre. Hacía tanto tiempo que nadie había hecho sonar ese timbre que ya hasta había olvidado cómo sonaba. Debían ser vendedores de puerta en puerta. ¿Quién más podría ser? Pensó en fingir no estar en casa para no tener que lidiar con vendedores, pero en ese momento la molesta voz dentro de su cabeza habló de nuevo.
- ¿Qué sucede? ¿Acaso estás demasiado ocupado?
- Ya cállate, ya voy. – Se respondió a sí mismo en voz alta.
Mientras caminaba a la puerta, el timbre volvió a sonar.
- Ya escuché, ya voy a abrir. – Dijo a la vez que giraba la manija de la puerta de entrada.
Cuando la puerta se abrió, el joven se topó con una imagen que no esperaba. Frente al umbral se encontraba una persona; una chica, para ser más exacto. Él no supo qué decir, no fue tanto porque las chicas lo pusieran nervioso, sino porque la apariencia de ella era chocante en más de un sentido. Se trataba de una joven que aparentaba estar un poco por debajo de los 20 años. Era baja de estatura y a pesar de que sobre sus hombros llevaba puesta una sudadera azul oscuro un par de tallas más grande que ella, se notaba que era bastante delgada. Su pelo, largo, negro y algo enmarañado, estaba atado con una cola de caballo que parecía haber sido hecha con muy poco esfuerzo. Las botas que calzaba también parecían ser un poco grandes para ella. Tenia ambas manos cruzadas frente a ella sosteniendo una gran mochila. Sin embargo, aquello que resultaba más llamativo eran sus grandes ojos oscuros que estaban rodeados por unas ojeras que contrastaban enormemente en su pálido rostro. Aquella mirada causó que el joven se sintiera confundido. Sus ojos apuntaban hacia él, pero él no sentía como si lo estuvieran observando. Era como si solo mirara en su dirección, sin siquiera mirarlo. Era la mirada de alguien que realmente no quisiera tener que hablar con nadie.
- ¿Qué se le ofrece? – Preguntó él sin darse cuenta de que acababa de hablarle como si se dirigiera a alguien mayor que él.
La chica no respondió. Ella siguió mirándolo por un rato antes de volver su mirada a su sudadera y meter la mano en su bolsillo. Entonces, extendió su delgada mano hacia él. Estaba sosteniendo un pedazo de papel que parecía ser una nota. Él tomó el papel y cuidadosamente lo desdobló. En el papel estaba escrito un nombre que él conocía bastante bien y debajo de éste, un número acompañado de una simple instrucción: "Por favor, llámame en cuanto leas esto".
Él se quedó en silencio un momento, incapaz de entender lo que estaba sucediendo. Volteó hacia la chica frente a él esperando alguna explicación, pero ella, con la mirada perdida en algún lugar alrededor de la puerta, ni siquiera le prestaba atención.
- Espera un momento. – Le dijo él. Ella ni siquiera asintió.
Se dio la vuelta y entró a su casa sin siquiera recordar invitar a pasar a la extraña visita, aunque sea por simple cortesía. Sacó su celular del bolsillo y marcó el número que estaba escrito en la nota. Se escuchó un tono y tras unos segundos que a él le parecieron eternos, por fin la escuchó.
- ¿Hola? ¿Natel, eres tú? – Dijo una voz femenina al otro lado de la línea.
Al escuchar aquella voz después de tanto tiempo, la respiración de Natel se cortó de forma tan abrupta que tuvo que cubrir el teléfono con una mano para evitar que lo escucharan tratando de controlar su respiración.
- Hola Monique… ha pasado mucho tiempo. – Respondió él con cierta melancolía.
- Lo sé, en verdad fue mucho tiempo. Disculpa que te contacte de forma tan repentina.
- No te preocupes por eso. – Dijo él con voz seca.
Un incómodo silencio se prolongó por un largo rato. Natel no paraba de pensar en lo mucho que deseaba romper ese silencio y tratar de entablar una conversación normal con ella, pero otra parte de él, una muy orgullosa parte de él, lo detenía y le ordenaba mantenerse callado. Finalmente, del otro lado de la línea se escuchó un suspiro que denotaba cierta desesperación.
- Sé que la última vez que nos vimos las cosas no terminaron bien. Sé que quizá no estoy haciendo más que molestarte con todo esto. Pero en este momento enserio necesito tu ayuda y me gustaría que pudiéramos hacer las paces antes de pedirte algo. Por favor, no tengo a nadie más con quien acudir.
Aquella inesperada disculpa fue más de lo que su severa y falsa postura pudo soportar.
- Sin resentimientos. No es como si a mi me gustara estar enojado con alguien con quien compartí tanto. Si tú también estás de acuerdo con ello, sería lindo que pudiéramos volver a ser amigos. – Dijo Natel tratando de sonar lo más diplomático que su seca voz le permitía.
- Muchas gracias, no sabes lo feliz que me hace oír eso.
¿Qué quién es esta Monique? Bueno, no es nadie más que la exnovia de Natel. Una chica que conoció en un café durante su primer año de universitario. Después de algunas semanas frecuentando en el café (No por coincidencia, sino por obra de Natel y su plan de investigar los horarios en los que Monique pasaba por el lugar), se volvieron muy buenos amigos. Si bien es cierto que en un principio Natel se acercó a ella por un interés amoroso, después de convivir con ella y descubrir lo bien que se llevaban él pensó que no sería tan malo si simplemente siguieran siendo amigos.
Ya paso con ella la mayor parte de mis ratos libres, ya sea saliendo o mandándonos mensajes. Nos divertimos mucho juntos sin necesidad de ser pareja. No veo por qué quebrarme la cabeza pensando en llegar a más con ella. Esto era lo que Natel pensó en aquella época. Sin embargo, alguien no opinaba lo mismo. Para sorpresa de él, fue Monique quien le propuso a Natel comenzar una relación y él, sin pensarlo demasiado, aceptó. Fueron felices juntos por un tiempo, pero como ya se habrán dado cuenta, las cosas no terminaron nada bien entre ellos dos y cuando ella decidió mudarse, todo contacto con Natel fue cortado por completo.
- Entonces, ¿Qué es lo que necesitas? – Preguntó él con un sincero deseo de ayudar a una vieja amiga.
- Sé que lo que voy a pedirte te parecerá una locura y entendería si te negaras, pero de verdad necesito ayuda.
- Habla de una vez. – Dijo él sintiéndose cada vez más nervioso.
- De acuerdo. – Dijo ella finalmente. – ¿Ves a la chica que acaba de dejarte la nota?
Natel asintió con la cabeza como si Monique pudiera verlo y entonces ella siguió:
- ¿Crees que ella pueda quedarse contigo? Es solo por un tiempo…
- Espera. – La detuvo Natel. – ¿Te refieres a que quieres que ella se quede en mi casa? Pero si ni siquiera sé quién es.
- Lo sé, lo sé. Deja que te explique. Ella es mi prima. Ella vive en otro estado, pero por ahora necesita estar en la ciudad por un tiempo. Verás, no sé si lo hayas notado, pero ella está enferma y necesita ver a un especialista que trabaja en esa ciudad.
- Eh...
- Descuida no es nada serio ni contagioso. Lo último que quiero es molestarte, pero no tengo familia ni nadie más en esa ciudad que pueda ayudarme. Te lo suplico, si no lo haces por mí, por lo menos hazlo por ella, no tiene donde quedarse. Te prometo que no será una molestia económicamente hablando, ella tiene su propio dinero para comida y transporte. Solamente necesito que duerma en tu casa.
Natel se frotó los ojos mientras caminaba en círculos en su sala de estar pensando en una respuesta a aquella extraña e inesperada petición. Volteó a la puerta de entrada y una vez más vio a la peculiar chica parada en el umbral. Su mirada ahora estaba perdida en algún lugar dentro de la casa.
El departamento de una planta que alquilaba era pequeño, pero era cierto que tenía una habitación extra desocupada que planeaba que fuera ocupada por sus padres cuando lo visitaran. Sin embargo, la idea de tener a alguien desconocido viviendo en su hogar, en su castillo, en su refugio del hostil mundo exterior, hacía que se sintiera desconfiado. No pudo evitar pensar en que ella aprovecharía cuando él saliera de casa y robaría sus pertenencias para llevarlas a empeñar al banco.
- Claro, como tu colección de juguetes de los "Chocolatines sorpresa" vale tanto; no quieres perder algo tan caro. ¿O acaso tienes otra posesión valiosa en esta casa? – Dijo la molesta voz en su cabeza una vez más. – Tan solo mírala, ¿De verdad crees que esa diminuta chica te va a asesinar mientras duermes o algo así?
- Demonios, tenías que decirlo. Tú sabes lo paranoico que soy. – Dijo Natel respondiéndole a su molesto "yo" interior mientras cubría el micrófono de su celular. – Además, tu sabes lo escandaloso que es que una chica y un chico de la misma edad vivan solos en una misma casa.
- Ja ja ja, ahora me dirás que eso te molesta. Deja de hablar como un anciano y solo has este favor por Monique. ¿O acaso no quieres hacer las paces con ella?
Mientras maldecía a su molesto amigo imaginario, Natel apretó los puños y dio un golpe a la pared. Una vez que terminó su reflexión, cubrió una vez más el micrófono del celular y murmuró: ¿Por qué me tiene que pasar esto a mí?
- Está bien, lo haré. – Dijo él al teléfono en tono resignado. – Si no es por mucho tiempo no debe haber problema.
- ¡Perfecto! Te lo agradezco mucho.
- ¿Y cuál es su nombre?
- ¿Eh?
- Pregunté cuál es su nombre.
- Eh… su nombre, claro. – Respondió ella con algo de duda en su voz. – Se llama… eh… Nina.
- ¿Nina? Que nombre tan peculiar. – Exclamó Natel.
- Creo que tú no eres quién para quejarte de lo raro que es el nombre de alguien.
Ambos rieron un poco. La sensación fue muy agradable para Natel, pues habían pasado años desde la última vez que pudo bromear junto a la que fue su mejor amiga. Un repentino sentimiento de esperanza, cosa poco frecuente en él, iluminó el oscuro sendero de su mente al revivir por un momento la alegría de su "yo" del pasado.
- Hay una cosa más que necesitas saber. – Dijo Monique tornando su voz a un tono serio una vez más. – Ella por el momento no puede hablar. Puede escuchar a la perfección, pero no puede articular ningún sonido. Es por algo que tiene que ver con su enfermedad, no me contaron mucho al respecto.
- Gracias por decírmelo. No creo que vaya a ser un problema. – Dijo él pensando en lo mucho que detestaba tener que entablar conversación con desconocidos.
- Gracias otra vez por todo. En este momento tengo que colgar. De verdad espero que podamos vernos muy pronto.
- No tienes que agradecerlo. – Claro que tenía que hacerlo. – Yo también espero verte pronto.
- Hasta luego, cuida de ella. Yo… de verdad lo lamento. – Tras decir aquellas palabras con un hilo de voz, Monique colgó la llamada.
Natel exhaló sin poder creer que había tenido esa conversación. Todos los ratos amargos que había tenido pensando en su pleito con Monique habían desaparecido. Por fin, aunque hubiera sido solo por la necesidad de pedir un favor, habían hecho las paces. Entonces, Natel se dirigió a la puerta donde aún esperaba la chica desconocida. Tratando de mostrar la más diplomática de sus actitudes, él la saludó.
- ¿Qué tal? Yo soy Natanael, pero todo el mundo me dice Natel para abreviar. Tu eres Nina, ¿Verdad?
Nina se mantuvo en silencio y se limitó a dirigir su vacía mirada hacia Natel mientras ladeaba su cuello como si no entendiera lo que acababa de escuchar. Después de un momento, asintió con la cabeza, lo que fue tomado por Natel como una respuesta afirmativa.
Él la invitó a pasar a la casa y tras vacilar un momento, ella entró. Nina se quedó parada en medio de la sala de estar con los pies juntos y sosteniendo su gran mochila. Su mirada, que hasta ahora parecía mirar a la nada, se había convertido en un curioso fisgoneo que repasaba cada esquina de la humilde residencia con mucha atención. Este gesto no pareció inspirarle mucha confianza al dueño de la casa.
Una de las cosas que Natel más amaba de su hogar, era su constante silencio y su imperturbable tranquilidad. Sin embargo, en ese momento el silencio se había convertido en una neblina helada que lo impregnaba todo. Por un momento pensó en tratar de abrir un tema de conversación casual, quizá una de esas monótonas y simplonas charlas sobre el estado del clima. Pero pronto recordó que, aunque iniciara una conversación, él no obtendría ninguna respuesta de aquella chica aparentemente muda.
- Sígueme, - Dijo finalmente Natel. – Te mostraré dónde te puedes quedar.
Nina asintió y siguió los presurosos pasos de su anfitrión hasta el pasillo de las habitaciones. Natel abrió la última puerta del pasillo, la que estaba a un lado de su habitación y le indicó a Nina que entrara.
- Discúlpame si el lugar está hecho un desastre, pero como sabrás, realmente no esperaba visitas.
Y ciertamente, al estar desocupada la habitación de huéspedes, Natel la había designado como la bodega de la casa. Sobre la cama había un montón de cajas de cartón vacías y carpetas repletas de papeles que ya no le servían de nada pero que había evitado tirar a la basura por pereza. Levantó todo aquel desastre y trató de acomodarlo de la forma más compacta posible en una esquina de la habitación. Una vez que la cama estuvo libre, Natel se dispuso a sacudir con su mano el polvo del colchón. Mientras él estaba atareado con estas labores, Nina se mantuvo en silencio, contemplándolo sin siquiera ofrecer su ayuda; cosa que molestó un poco a Natel.
Cuando la cama estuvo decentemente limpia, Nina se acercó a ella y se sentó en el colchón. Entonces, abrió uno de los bolsillos de su mochila y buscó algo dentro de ésta. De la mochila sacó un pequeño cuaderno de pastas moradas y una pluma decorada con un simpático osito de plástico en un extremo. Garabateó algo en el papel y entonces le ofreció el cuaderno a Natel. Él tomó el cuaderno y leyó una sola palabra escrita en la blanca hoja: "Gracias".
Al levantar la mirada del papel, Natel pudo ver que la chica se estaba quitando las botas que llevaba puestas. Quizás se disponía a descansar. La conducta de su inesperada inquilina fue muy extraña para Natel. Ella sin duda no parecía interesada ni en lo más mínimo en comunicarse con nadie. Fue difícil para él decidir si aquella actitud era debida a que Nina era una persona tímida o si era atribuible a su enfermedad.
Hablando sobre su enfermedad… Natel no pudo evitar tratar de imaginar qué clase de mal aquejaba a aquella chica. Su imagen no era ni por poco el retrato estándar de la salud, pero tampoco era como si se viera particularmente deteriorada. Además, estaba el tema de su voz, que era lo que más intriga le causaba. ¿Se trataría acaso de una infección de algún tipo en la garganta?
Sin querer molestar a Nina con su presencia, Natel se despidió secamente y salió de la habitación, no sin antes indicarle la ubicación del baño y decirle que si necesitaba algo podía tocar a la puerta de al lado, donde él se encontraría. Tras dar un par de pasos, Natel se dio la vuelta y nuevamente le habló a la chica.
- Lo siento, olvidé preguntarte, ¿Ya cenaste? Si tienes hambre podría traerte un poco de…
Mientras Natel ofrecía aquella muestra de cortesía, Nina se levantó de la cama y caminó descalza hacia él. Con la mirada fija en dirección a su anfitrión, la chica cerró la puerta de la habitación, dejando a Natel hablando solo con el exterior de la puerta de madera. Con una expresión atónita y algo indignada, se limitó a irse a su habitación sin comprender realmente lo que acababa de pasar. Una vez que estuvo dentro de su cama cubierto con sus mantas, comenzó a dialogar consigo mismo como era su costumbre.
- ¿Qué demonios le pasa? ¿Dije algo malo?
- ¿No será que esa enfermedad de la que hablaba Monique es algo psiquiátrico? – Le respondió su "yo" interior. – ¡Diablos! ¡Acabas de invitar a una psicópata a tu propia casa?
- ¡Cállate infeliz! – Respondió Natel nerviosamente. – Fuiste tú el que me dijo que la dejara quedarse.
- ¿Y por qué me harías caso? Sabes que lo único que hago siempre es molestarte.
- Como sea. No creo que esa chica esté loca o algo por el estilo. Si fuera así, Monique me lo hubiera dicho.
- Mandar a un psicópata a la casa de tu odiado exnovio. Hm… esa chica sí que es brillante.
Sintiéndose más cansado que de costumbre a esas horas de la noche, Natel desistió de intentar tener un diálogo civilizado consigo mismo; por alguna razón ese idiota estaba más hostil con él que de costumbre. Lentamente sus párpados se movieron hasta que sus ojos estuvieron completamente cerrados. Un par de segundos después, fueron abiertos de golpe mientras Natel saltaba de la cama y corría a la puerta de su cuarto para poner el seguro.
Un electrónico y molesto sonido repetitivo rasgó el pacífico silencio que reinaba en esa mañana. Una mano torpe salió de entre las cobijas y tanteó la mesita de noche hasta dar con la fuente del ruido. Tras presionar el botón del despertador, Natel dejó salir un gruñido de molestia y volvió a quedarse dormido de forma descarada tras haber escuchado el despertador. El tiempo transcurrió en silencio nuevamente hasta que, por fin, un relajado y totalmente descansado Natel abrió los ojos y contempló la luz del nuevo día. Dio un último bostezo y dirigió su mirada al reloj. En ese momento, todo rastro de paz interior fue exterminado por completo de la faz de la Tierra. El reloj no podía mentir, se había quedado dormido en día de trabajo.
Soltando un grito de horror, Natel corrió a toda prisa a la ducha y salió de ésta sin haberse lavado el cabello. A toda prisa, buscó alguna camisa limpia en su armario. Tomó un puñado de gel y lo untó en su cabeza para después dar un par de cepilladas con un peine. El resultado fue un peinado que estaba lejos de dar el aspecto "profesional" esperado. Con manos temblorosas y picándose los ojos en más de una ocasión, logró ponerse sus lentes de contacto. ¿Cómo es que se había quedado dormido? Y tenía que pasar exactamente el día que debía reunirse temprano para almorzar con un cliente.
Natel trabajaba en una fábrica de máquinas procesadoras de alimentos. Él se había postulado para el puesto de empleado de mantenimiento y reparación de equipos. Las labores de reparación eran tareas que se le daban bastante bien. Sin embargo, debido a que la empresa contaba con poco personal (En gran parte debido a que su jefe era un avaro), también se le comisionaban de vez en cuando (Al menos tres veces por semana) tareas del área de ventas, como acudir a reuniones con potenciales clientes. Para alguien que prefiere mil veces más trabajar con máquinas que tratar con personas, esto resultaba una verdadera molestia.
Ese día, tenía agendada una reunión con un potencial comprador, un hombre que era dueño de varias cadenas de comida y que planeaba expandir su negocio. El plan era reunirse con él para almorzar mientras le mostraba los equipos que su empresa podía ofrecerle. Las ventas eran algo que entusiasmaban poco a Natel, pero aún él podía ver lo grande que sería poder cerrar un trato con ese sujeto. La cita se había programado para las 9:00 am. Dado que el desafortunado Natel se despertó a las 8:31, su mañana se convirtió en un verdadero frenesí. Saliendo de su casa con una apariencia de "tío borracho" al final de una boda, corrió por la calle estirando el brazo para llamar la atención de cualquier taxi que pasara por ahí.
A las 9:25, maldiciendo al tráfico de su ciudad y a el desafortunado incidente con su despertador, Natel llegó a la cafetería donde se suponía sería su reunión. Al entrar al local, se topó con un hombre regordete con cara de pocos amigos que lucía un frondoso mostacho; el cliente no parecía estar nada feliz con el retraso. Al desafortunado joven le hubiera encantado tener alguna historia que pudiera excusar su impuntualidad, pero en realidad no había nada más que su propia pereza. El mismo Natel se encontraba sorprendido por aquella desventura. Esas cosas nunca le pasaban a él, no se había quedado dormido de forma tan descarada desde hace alrededor de tres años. Y de cualquier modo… ¿Cómo puede alguien que bebe ocho tazas de café al día dormir tanto?
Después de disculparse con el cliente y tener que tolerar la severa mirada de descontento que recibió como respuesta, Natel se dispuso a hacer su trabajo. Tras un poco de charla para aligerar el ambiente (Usando las plantillas de conversación con desconocidos que sacó de "ComoSerUnVendedorParaPrincipiantes.com"), sacó de su maletín el catálogo con los equipos y máquinas automáticas que ofrecía la compañía para la que trabajaba. Tal vez hablar con la gente no era lo suyo, pero sin duda estaba orgulloso de asegurar que podía armar y volver a armar cualquiera de esas enormes máquinas industriales con los ojos vendados.
A pesar de aquella pésima primera impresión, la junta parecía ir por buen camino. El cliente era uno de esos empresarios forjados a la antigua. Su temor y desconfianza hacia la tecnología era evidente. Cada vez que Natel explicaba el funcionamiento de algún moderno equipo automatizado, el pobre hombre se rascaba la nuca y fruncía el ceño totalmente confundido.
- La gente vieja siempre hace lo mismo. Comienzan desconfiando de todo lo que sea "novedoso" para ellos, pero una vez que lo prueban no pueden dejarlo. Creo que actualmente son los ancianos los que pasan más tiempo con la vista pegada a un smartphone que los jóvenes. – Comentó su voz interior. Al menos alguien le hacía compañía.
Mientras el cliente leía las especificaciones técnicas del catálogo (Como si pudiera entenderlas), Natel dirigió su mirada a la calle mientras suspiraba por el aburrimiento. ¿Cuánto más tendría que durar esa maldita reunión? ¡Compre algo o lárguese, maldita sea!
Entonces, una imagen vagamente conocida llamó la atención del aburrido joven. De pie en la acera al otro lado de la concurrida calle se encontraba su peculiar huésped, Nina. Por un momento Natel dudó que realmente fuera ella. Llevaba puesto un gorro de color grisáceo, que no traía el día anterior, pero sin duda la sudadera azul que colgaba de su delgado cuerpo era el mismo que usaba el día anterior. Además, aquellos ojos eran inconfundibles. La indiferente mirada de la chica apuntaba hacia la cafetería. De hecho, si su deficiente visión no le fallaba, estaba mirándolo a él.
Natel esperó un momento esperando ver si la chica iba a algún lado, pero ella se mantenía de pie en el mismo lugar. Sin saber muy bien qué debía hacer, una frase hizo eco en su cabeza: Cuida de ella. Esas fueron las palabras de Monique. Considerando que ignorar a su inquilina, quien parecía estar algo perdida, no sería algo que le gustara mucho a Monique, Natel se levantó de la mesa.
- Discúlpeme un momento. – Le dijo al robusto hombre sentado en su mesa, quien aún seguía leyendo el catálogo. – Tengo que hablar con alguien, no tardaré mucho.
El cliente dio un gruñido que sonó como un "De acuerdo, pero si me haces esperarte media hora una vez más te voy a arrancar las orejas". Natel cruzó la calle con prisa y se encontró con Nina.
- Hola, ¿Qué estás haciendo por aquí? – Preguntó él siendo consciente de que no escucharía una respuesta.
Nina metió una mano en el bolsillo de su sudadera y sacó el pequeño cuaderno y la pluma que la noche anterior utilizó para comunicarse. Pronto, una página con una oración garabateada en ella fue le mostrada a Natel:
"¿Él es tu amigo?"
- ¿Eh? ¿De quién hablas? – Preguntó él sintiéndose más confundido y algo molesto por la forma en la que su pregunta fue ignorada. – Si te refieres a ese sujeto, él no es mi amigo, es un cliente y en este momento estoy algo ocupado. Así que dime, ¿Qué haces por aquí?
Unos segundos después, otra nota le fue mostrada como respuesta.
"No sé en dónde estoy"
- Oh, ya veo, entonces estás perdida… espera un momento. ¿Cómo fue que me encontraste?
Una vez más, la libreta le contestó:
"No lo sé. Yo no te busqué. Tú me encontraste"
Antes de que pudiera decir nada, otra nota fue escrita:
"Tengo hambre"
Natel dio un suspiro de frustración al ver que su intento por comunicarse con ese pequeño capricho de la humanidad resultaba inútil.
- Hay un restaurante familiar a una cuadra de aquí. – Dijo él señalando el local de comida rápida que podía vislumbrarse a unos cuantos metros. – Si tienes hambre ve a comer ahí y en cuanto termine mi reunión iré contigo para llevarte a casa. ¿Te parece bien?
Nina movió la cabeza de arriba abajo en respuesta, sin cambiar su inexpresivo rostro ni un poco.
- Espera… sí traes dinero contigo, ¿Verdad? – Preguntó Natel temiendo que tendría que pagarle la comida.
Nina metió su mano en su bolsillo una vez más y de éste sacó un billete de alta denominación que sostenía con solo dos dedos. El brillante papel moneda, ondeando cual bandera en aquella ciudad que no era precisamente conocida por ser muy segura, era un blanco muy atractivo para cualquier ladronzuelo que pasara por ahí.
- ¡Guarda eso! Si no tienes cuidado te lo van a sacar del bolsillo sin que te des cuenta. – Exclamó el para nada paranoico y obsesivo Natel.
Nina rebuscó su atuendo con su mirada buscando un sitio para esconder el dinero. Finalmente, la chica se agachó y metió el billete dentro del calcetín que sobresalía de su bota derecha.
- Como sea. – Dijo el chico. – Te veré allá. No tardaré mucho.
Después de aquella breve "charla" con Nina, Natel regresó a la cafetería donde lo esperaba el cliente. Sintiendo un enorme deseo de dar por concluida la reunión lo más pronto posible, se dirigió hacia el hombre del mostacho.
- Y bien Don Lucas, ¿Ya tiene una respuesta a mi oferta?
- Aún no lo tengo muy claro. ¿Podrías explicarme de nuevo como funciona esta… cosa? – Respondió el cliente.
La voz molesta voz interior volvió a alzarse en la mente del joven:
- Tienes que estar bromeando. Es la cuarta vez que tienes que explicarle lo mismo. ¿Por qué la gente mayor es tan terca y especial con los detalles?
- Desde luego Don Lucas. – Respondió el joven ignorando por completo las quejas de su amigo imaginario.
Y así, Natel volvió a repetir aquello que había repetido una y otra vez durante todo el almuerzo. La interfaz del equipo bla, bla, bla… el consumo energético bla, bla, bla… el precio bla, bla, bla… Y de pronto, el discurso fue cortado abruptamente. Natel quedó mudo al ver a Nina entrando a la cafetería, caminando directo hacia su mesa. Sin siquiera mostrar un saludo, la chica fue hacia la mesa de la esquina donde se llevaba a cabo la reunión y se sentó en el sillón acolchado a un lado de Natel.
- ¿Nina, qué estás haciendo aquí? Te dije que esperaras en el restaurante de hamburguesas. – Dijo el joven tratando de disimular su nerviosismo. Lo último que quería era a esa chica rara ahuyentando a un cliente que de por sí era difícil.
Ante la expresión confundida de Don Lucas, Natel se apresuró a explicar la situación.
- Ah… eh… permítame presentarle a Nina. Ella es eh… una amiga.
- Ajá, está bien. Mucho gusto, Nina – Respondió el hombre sin entender muy bien qué figuraba la presencia de esa chica en la reunión. – Joven, ¿Puede continuar con su explicación?
Sin demorar ni un segundo, Natel trató de ignorar la presencia de Nina y continuó con su bien ensayado discurso de ventas. Un minuto después, la libreta de Nina se deslizó por la mesa y fue colocada frente al chico.
"Llama a un mesero, por favor", Decía la nota escrita en la página mostrada.
- Espera un momento. – Murmuró el chico para después continuar con su explicación.
Una vez más, una nota fue acercada a su vista:
"Tengo hambre"
Natel dio un suspiro de resignación y, tras mendigar al cliente un gramo más de paciencia, levantó la mano y llamó a un mesero que pasaba cerca de su mesa. Pidió al empleado que le diera un menú y el eficiente sujeto le pasó uno de los que llevaba en el bolsillo de su delantal. Con la intención de evitar otra interrupción en el futuro, Natel le pidió al mesero que esperara para tomar la orden de Nina. La chica contempló la carta parpadeando en contadas ocasiones. Finalmente, apuntó con su dedo índice su elección en el menú: Un sándwich de jamón y una malteada de fresa. Un rato después, el mismo mesero se acercó a la mesa cargando con una charola sobre la que transportaba la comida de Nina y aprovechó para llevarse los platos vacíos en los que habían comido Natel y Don Lucas.
La charla siguió entre el joven vendedor y el cliente, aunque en múltiples ocasiones fueron interrumpidos por el molesto sonido que hacía Nina al sorber la espuma de su malteada con la pajilla. Ya que hablamos de su forma de comer… una amplia área de la mesa alrededor del plato de la chica pronto se llenó de migajas de pan y manchas de mostaza.
Pasado un largo rato, Don Lucas llamó a un mesero y ordenó que le trajeran la cuenta. En ese momento, temiendo que se escapaba la oportunidad de una gran venta, Natel repitió la pregunta que hizo minutos atrás.
- Entonces, Don Lucas. ¿Ya tiene una respuesta a mi oferta?
- Sin duda la tengo. – Respondió el robusto hombre. – Detesto los cambios; especialmente cuando se trata de cambios en mi área de trabajo. Pero debo aceptar que es hora de modernizar un poco mi negocio. Me has convencido, si me das la tarjeta de tu compañía, yo mismo los llamaré para hacer un trato.
- Excelente, no pudo tomar una mejor decisión. – Dijo el chico cuando lo que en verdad quería decir es: "Por fin podré largarme de aquí". – Cuando llame, no olvide decir que viene de parte de mía.
En ese momento, el mesero que había tomado la orden de esa mesa se acercó con la cuenta dentro de una pequeña carpeta de cuero. Don Lucas comenzó a buscar su cartera, pero Natel lo detuvo.
- Permítame pagar a mí, señor. – Dijo el chico. No le molestaba en lo absoluto, de todas maneras, todo lo gastado en esa cena le sería devuelto por su compañía (Aunque le diera una hernia del disgusto a su jefe).
Súbitamente, un repentino e inesperado temblor sacudió la pequeña mesa, haciendo que las cucharas y saleros tintinearan estrepitosamente. Sin mostrar rastro alguno de vergüenza, Nina había subido su pie derecho con todo y bota a la mesa y metió su mano dentro de su calcetín.
Un billete de mil pesos totalmente maltratado fue colocado gentilmente sobre la carpeta de la cuenta. Tanto el mesero como Don Lucas se quedaron petrificados con la boca abierta. Mientras tanto, Natel se cubría la frente con una mano y soltaba una risilla nerviosa.
- De acuerdo. – Habló el cliente una vez que pudo salir de su estupor. – Entonces así quedamos. Esperen mi llamada muy pronto.
- Desde luego, muchísimas gracias por su preferencia. – Dijo el joven sudando por los nervios y la vergüenza.
Y así, Natel y Nina se quedaron solos en la mesa. El chico golpeó la mesa con su frente mientras suspiraba aliviado. Al menos las cosas habían terminado en un trato. Entonces, volteó a ver a la chica a su lado, quien lo miraba con sus ojos fríos.
- Nina, - Comenzó Natel tratando de sacar su voz más gentil. – ¿De casualidad sabes cuánto tiempo estarás en la ciudad?
Tras recibir unos cuantos trazos con el bolígrafo decorado con un osito de plástico, la pequeña libreta le fue mostrada una vez más:
"No lo sé"
- Sabes que… no importa.
El mesero se acercó una vez más a la mesa trayendo consigo una charola con el cambio de Nina. Siendo consciente de que ella había pagado todo el almuerzo, Natel sacó de su cartera el dinero que ella había gastado y se lo devolvió, sin olvidar dejar algo de propina. La chica tomó cada billete y moneda y lo introdujo dentro de su calcetín derecho a toda prisa, como si temiera que alguien se los pudiera arrebatar.
- Ahora es nuestra oportunidad. Vete corriendo de aquí y dejemos a esta loca aquí. No sabrá cómo regresar. – Se apresuró a decir la voz en la cabeza de Natel.
Sabiendo que aquella no era una alternativa, el chico se dirigió hacia Nina.
- ¿Ya habías venido antes a esta ciudad? – Preguntó.
Nina respondió moviendo la cabeza de lado a lado a manera de negación.
- ¿Y cómo fue que llegaste hasta acá?
La chica tomó su cuaderno y escribió una respuesta:
"Quería salir a caminar"
- ¿Salir a caminar? Son como diez kilómetros hasta la casa… espera un momento. ¿Cómo siquiera pudiste salir de la casa? – Exclamó al darse cuenta de aquel hecho. – Sali con tanta prisa en la mañana que olvidé que estabas ahí y te dejé encerrada.
"Dejaste una puerta abierta"
- ¿De qué hablas? El departamento solo tiene una puerta.
"La puerta de la azotea"
- ¡¿Qué?! ¿Saltaste desde la azotea para salir de la casa?
"Es una sola planta, no era muy peligroso"
Los ojos de Natel parecían dos huevos duros. La imagen mental de su inquilina saltando desde el techo de la casa le parecía de lo más excéntrico e increíble. Tratando de aparentar que lo que acababa de escuchar no le afectó en lo absoluto, continuó hablando.
- Pues, perdóname por dejarte encerrada así. No estoy acostumbrado a… tener a alguien más en casa. Pero creo no deberías hacer ese tipo de cosas; Monique me mataría si algo te pasara. Si vamos a compartir techo, lo mejor sería si pudiéramos comunicarnos mejor en casos así. ¿Puedes darme tu número de teléfono?
Nina tardó un par de segundos en reaccionar a la petición y finalmente escribió su número en una de las hojas de su libreta. Después, arrancó la hoja y se la dio a Natel. El chico tomó el bolígrafo del osito y anotó su número de igual forma.
- Oye, respecto a ese doctor al que debes ver… ¿Sabes cómo llegar a donde trabaja?
La chica movió enérgicamente la cabeza de arriba abajo manteniendo su cara inexpresiva y se apresuró a escribir en la libreta.
"Sé como llegar. No te preocupes por eso. Debo visitar al doctor todos los lunes y jueves a las 4:00 pm"
- De acuerdo. En este momento tengo que irme al trabajo. Hay demasiadas cosas que hacer en el taller. – Dijo el chico. – Puedo pasar a dejarte en la casa si lo deseas.
Nina asintió con la cabeza como respuesta.
El camino a casa transcurrió en silencio. Para fortuna de Natel, el conductor del taxi en el que viajaban no era uno de esos parlanchines que tratan a toda costa de crear conversaciones. Era más bien uno de esos ceñudos sujetos con cara de "Los odio a todos". En cierto punto del trayecto, la paciencia del taxista fue puesta a prueba cuando a Nina le dio por ponerse a jugar con el seguro de su puerta como si fuera una niña. Al llegar a la casa, Natel le dio a Nina la llave de su casa.
- Tómala. Yo guardo otro juego de llaves en el taller. Solo prométeme que no la perderás.
La chica tomó la llave y salió del auto sin siquiera hacer un gesto de agradecimiento.
- Vaya, te tocó una mujer difícil. – Dijo repentinamente el taxista.
- ¡Demonios! Me caías mejor cuando tenías el pico cerrado. – Exclamó la voz interior.
Cuando Natel entró al taller de mantenimiento y reparación donde llevaba a cabo la mayor parte de sus labores, se sintió relajado. Tal vez no era el trabajo con el que soñaba cuando estaba en la universidad, pero al menos estaba haciendo aquello en lo que era bueno. Los 22 años aún es una buena edad para seguir refugiado en la comodidad de un trabajo mediocre. De cierta forma, él era un sujeto afortunado. ¿Cuántas personas pueden decir que se sienten más cómodos en su trabajo que en su propia casa? Especialmente ahora que la señorita extravagancia tenía que quedarse ahí.
Al final de una jornada laboral particularmente extenuante, un agotado joven se dirigía hacia su casa arrastrando los pies. Esa noche, el impredecible clima de la ciudad hizo de las suyas una vez más. Un frío viento barría las calles y hacía que a Natel se le pusiera la carne de gallina.
- El jefe es un hijo de puta. ¿Cómo pudo ser capaz de hacerte trabajar tres horas extra? – Dijo el molesto "yo" interior de Natel.
- Como sea. – Respondió sin ánimos. – No es como si tuviera algún plan para hoy o algo así.
El frío del exterior se había logrado colar dentro de la casa. Natel se arrastró a sí mismo hacia su habitación frotándose los brazos para aliviar un poco el frío. Después de encender la cafetera, se metió dentro de su cama y se cubrió hasta la barbilla con su cobija. El café recién preparado impregnó el aire con una fragancia deliciosa. Fue en ese momento cuando se dio cuenta de algo. La cama de la habitación de huéspedes no tiene cobijas. Dado que la noche anterior el clima había sido algo cálido, éstas no habían sido necesarias. Pero ahora, la pobre Nina debía estar muriendo de hipotermia. La naturaleza de la enfermedad de Nina aún era un misterio, pero sin duda pescar un resfriado no sería nada bueno para su salud.
Después de sacar un par de mantas del clóset, Natel dirigió sus pasos hacia la puerta de al lado. Recordando las normas básicas de privacidad, tocó la puerta llamando a su inquilina; no obtuvo ninguna respuesta. Tocó una vez más y de nuevo nada sucedió.
- Tal vez está dormida. – Murmuró.
- ¿Qué chica de su edad está dormida a las 9:00 pm? – Dijo la voz en su cabeza. – Yo opino que mejor la dejemos en paz.
- No puedo hacer eso. Está helando esta noche, necesito darle estas mantas. Monique me pidió que la cuidara y eso es lo que haré.
Lentamente, temiendo encontrarse en una situación vergonzosa, Natel abrió la puerta mientras anunciaba su llegada con un saludo.
- ¿Qué tal? Eh… solo vine a dejarte esto por si tienes frío…
Al ver a Nina tumbada en la cama totalmente inmóvil, comprendió que, en efecto, ella estaba dormida. La chica se encontraba hecha un ovillo abrazando sus rodillas de tal forma que su cuerpo ocupaba el menor espacio posible. Parecía tan tranquila, pero el pequeño temblor que sacudió su cuerpo hizo evidente que la estaba pasando mal por el frío. Sin saber muy bien qué intención comandaba sus actos, Natel tomó una de las mantas y cuidadosamente la extendió sobre la chica. Al sentir el tacto de la gruesa tela, ella exhaló con alivio. El chico pronto se sorprendió a sí mismo mirando atentamente a la persona durmiendo frente a él. Se dio cuenta de lo poco observador que había sido con ella. La mayor parte del tiempo, Natel solía evitar mirar a la gente a la cara, pues en ocasiones el contacto visual con desconocidos lo ponía algo nervioso. Sin embargo, al estar ella dormida, él no parecía estar intimidado por su presencia.
Viéndolo con detenimiento, el rostro de Nina era bastante distinguido. Su piel era casi impecable, con excepción de sus marcadas ojeras. Su pequeña boca lucía unos labios rosados y voluminosos. Natel pensó que, de arreglarse un poco aquel enmarañado cabello y si sonriera un poco de vez en cuando, ella luciría despampanante. Aún así, no podía negar que su apariencia actual le parecía bastante linda.
En ese momento, un repentino movimiento hizo que Natel saltara hacia atrás por el susto. Nina ahora se encontraba sentada en la cama con los ojos abiertos y mirando a la nada.
- ¡Ah! Di… discúlpame por entrar así. – Dijo Natel tartamudeando. – Yo solo eh… vine a dejarte unas mantas y…
De pronto, tanto la voz como la respiración del chico se vieron cortadas abruptamente. Sus ojos se abrieron totalmente por la sorpresa y una expresión aterrada apareció en su rostro. Y no era para menos, pues en ese momento había escuchado una voz salir de la garganta de la supuesta chica muda.
- Muestras demasiada cortesía a quien no deberías. – Dijo ella con un tono seco y carente de vida.
- ¿Nina? – Preguntó Natel confundido.
- Ella no es lo que tu crees. – Respondió ella. – Si quieres sobrevivir, deberás pensar muy bien en quién confiar.
- ¿De qué estás hablando? ¿Sobrevivir a qué?
- A tu maldición.
Tras decir aquella aterradora respuesta, el cuerpo de Nina se desplomó sobre la cama e inmediatamente se quedó dormida otra vez; como si la perturbadora escena de hace unos segundos nunca hubiera ocurrido.
Natel dio la vuelta y salió de la habitación tratando de mantener la calma con todas sus fuerzas mientras ignoraba el escándalo que hacía su "yo" interior en su cabeza. Como si fuera un niño asustado, se cubrió el rostro con sus mantas y por primera vez en mucho tiempo, no sentía apetito por una taza de café.
En aquel momento él no lo sabía, pero su enorme desventura acababa de comenzar.