—Mientras reinemos en los océanos, no faltarán los rivales... —dijo Leylin con una sonrisa—. Esta vez, sólo son algunos pequeños ratones que se sobreestiman... Ronald, ¿cómo piensas que deberíamos lidiar con ellos?
—Por supuesto, cortaremos sus cabezas y arrancaremos sus garras y luego las guardaremos en botellas de aceite. ¡No tendremos piedad! —respondió Ronald con un espíritu asesino. La ley de los piratas dictaba solo una sentencia para aquellos que se atrevían a saquear y desafiar el estatus de alguien: ¡la muerte!
…
Las sombras de las velas danzaban mientras numerosos marineros y piratas gritaban en sus intentos por controlarlas. También remaban, para que las naves avanzaran a mayor velocidad.
Un obispo en la embarcación de mayor tamaño fruncía el ceño y tenía un mal presentimiento de la situación.
—Acelera esto, Rogers, ¡Debemos llegar allí tan rápido como podamos!