Leylin cruzó la puerta y se dirigió al cuarto de Isabel. Desde su encuentro se había vuelto muy solitaria e incluso había echado a las criadas originales.
¡Toc Toc!
Leylin golpeó educadamente la puerta.
—¿Quién es? ¿Acaso no he dicho que no deseaba ser molestada? —la voz de Isabel parecía algo enfadada.
—Soy yo —dijo Leylin con calma. La puerta se abrió y reveló el rostro de Isabel. Sin embargo, sus mejillas estaban ruborizadas de forma antinatural, como si hubiera estado ejercitándose rigurosamente o hubiera estado realizando una ceremonia.
—¿Qué sucede? ¡Me preparo para descansar un poco!
Luego de verlo, Isabel pareció ponerse nerviosa por un momento.
—¿No vas a invitarme a entrar? —preguntó Leylin con una sonrisa.
—No es de caballero entrar en el cuarto de una dama a estas horas, ¡lo sabes! ¿O te has vuelto un degenerado, querido primo? —Isabel hablaba de forma coqueta apoyada en la puerta mientras sus ojos centelleaban.