—Hermana Kesha, ¡te has puesto más guapa otra vez!
Dentro del Pantano Fosforescente, la sede del clan Uróboros estaba llena de gente, como de costumbre, con muchos Hechiceros de linaje que iban y venían.
Debajo de la estatua de la Serpiente Gigante de Kemoyin, Leylin reconoció a Kesha al instante.
Se acercó a ella con una gran sonrisa y la abrazó con fuerza mientras sus manos tocaban a tientas el cuerpo de Kesha, de una forma poco respetuosa.
—¡Está bien! ¡Está bien! Todavía estamos en camino, ¡hablemos cuando regresemos! —la respiración de Kesha se volvió pesada pero tenía una expresión de depresión en su rostro.
—¡Me atrapaste!
—Jaja... —al ver a la hermana que lo hizo aceptar que la derrota repetidamente se volvía así, Leylin no pudo evitar reírse a carcajadas. Su rostro portaba presunción imposible de ocultar.