Celine observaba a Leylin, que se bañaba en la luz proveniente de las piedras solares, aparentemente intoxicado por la vista.
Leylin aún conservaba su apariencia joven y hermosa, como si el paso del tiempo no dejara ninguna huella en él. Él, que brillaba con rayos dorados, parecía ser un dios de la guerra envuelto en túnicas doradas.
¡Era este joven que ya había llegado a la cúspide en la Zona Ambigua, habiendo tomado una inmensa autoridad que nadie podría siquiera imaginar poseer!
—¿Cómo resultó el experimento? —preguntó Celine.
—¡Muy bien! —aunque había una sonrisa en su rostro, parecía un poco oscura, y Celine con mucho tacto no preguntó más.
La mano de Leylin toqueteaba su cuerpo, pero sus pensamientos estaban en otro lugar.