Las recompensas prometidas de la cena y el buen alojamiento fueron suficientes para hacer que los sirvientes de la caravana ejercieran toda su fuerza. Sus ojos se enrojecieron por el esfuerzo mientras la caravana aceleraba una vez más al ritmo de numerosos gritos.
—¡Más rápido! Dense prisa... —la ansiedad que no podía mostrar en su rostro hizo que Anya recordara el trato más peligroso que había hecho: cuando entró en el desierto infinito para negociar con esos apestosos orcos—. La crisis esta vez supera con creces nuestra negociación con esa tribu...
El rostro de Anya no cambió cuando se enfrentó a esos orcos, pero esa vez realmente estaba empezando a ponerse nerviosa. Después de todo, si descubrían sus acciones en esa ocasión, ¡todo su clan estaría en problemas! La inquietud y el miedo la habían torturado tanto en los últimos días que tenía más arrugas por encima de las cejas.