—¿La Iglesia de la Protección? —dijo con desdén el líder de los cazadores de diablos. Su voz apagada y su fuerte acento no podían cubrir la ridiculización en el tono.
—¿Cómo te atreves a ridiculizar a nuestro dios? Se podía ver la furia en el rostro de Morand. Ningún obispo soportaría un ataque a su dios.
—No, no. ¿Cómo me atrevería yo a ridiculizar a un dios verdadero? —el cazador de diablos estaba vestido con el traje característico de los mares del sur. Tenía piel amarilla y labios gruesos y su cabello marrón estaba atado en pequeñas trenzas—. Es solo que... Tenemos la oportunidad de castigar a aquellos que atacan a los fieles y también a los impostores.
—¿Impostores? —el sudor frío caía de la frente de Morand, que tenía un terrible presentimiento.
—Sigan las órdenes del Señor, ¡busquen diablos!