Las puertas principales de la corte dorada se abrieron y revelaron un salón
gigantesco en el que no había una sola alma. Se había colocado una alfombra
blanca impecable en el suelo, tan delicada como un copo de nieve, mientras
que unas cortinas rojas brillantes bordadas con hilos dorados colgaban a los
costados de unas gigantescas ventanas francesas.
Aquel era el salón de gobierno del imperio. Normalmente, allí había sabios
instruidos, burócratas desleales y aquellos que tenían un sueño luchando y
criticándose entre sí. En aquellos momentos, se creaban todo tipo de
estrategias y masacres, por lo que una escena normal no podía transmitir esa
atmósfera.
Una fragancia delicada y única flotaba en el aire, pero el incienso no era lo
suficientemente sofocante para resultar embriagante. Xena pareció sentirse
nostálgica y volvió a sentirse como una jovencita ingenua de 19 años.