Imperio O'Brien. El palacio imperial.
Ese hombre joven y bien parecido, Adkins, que había estado sentado en una sala de descanso, charlando y riendo, de repente dejó de sonreír. Se quedó mirando fríamente hacia el Norte, dejando escapar un resoplido gélido.
—Ese Beirut realmente tiene el poder de un Dios Altivo. Sin embargo, es un poco demasiado feroz.
—Lord Adkins —ese anciano de cabello plateado detrás de él dijo con respeto—. Ese Beirut actúa con ferocidad, pero tiene la habilidad que lo respalda.
—Él sólo se basa en el Soberano detrás de él para respaldarlo.
Las cejas delgadas de Adkins se estrecharon. Sus ojos estaban tan afilados como dagas.
Pero sabía muy bien que a pesar que los Dioses Altivos habían dominado por completo su Leyes, en frente de un Soberano... un solo pensamiento podría matar al Dios Altivo. Los Soberanos estaban muy por encima de ellos, presencias inviolables que sólo podían ser contempladas con asombro.