El Castillo Sangre de Dragón estaba custodiado muy estrictamente. Múltiples escuadrones de patrulla vagabundeaban, el más débil de los guardias estaba en el noveno rango. Los Santos se podían ver en todas partes.
Pero esos guardias no pudieron detectar la llegada de Gislason y los otros tres en absoluto.
En el patio trasero del Castillo Sangre de Dragón. Un campo tranquilo.
*Rustle...*
Las hojas de los árboles se balanceaban con el viento. Debajo de un árbol grueso y nudoso, Olivier, vestido con una túnica gris, estaba sentado en silencio en posición de meditación, con los ojos enfocados delante de sí mismo. Al lado de su cuerpo flotaba una espada de energía que destellaba constantemente, mostrando un tipo de ataque tras otro.
Dos remolinos de energía en blanco y negro podían verse vagamente.
Repentinamente… levantó su cabeza, descubriendo que cuatro personas estaban de pie hombro con hombro cerca.
—Lord Patriarca.